lunes, 30 de enero de 2012

Dios existe. Y la libertad humana, también. (Epílogo: el Tenorio, y los talentos)

  .
  .
  .
Hay otro refrán español que advierte que “es bueno tener niños a quienes echar la culpa”Y algo así le sucede también al género humano desde hace cientos de miles de años respecto de ‘los dioses’: que le gusta tenerlos para poder echarles la culpa de muchos males…

Es lo mismo que hace el Tenorio de José Zorrilla cuando dice:  “Clamé al Cielo y no me oyó; y pues sus puertas me cierra, de mis pasos en la Tierra responda el Cielo, y no yo”.

Hay que reconocer que este sofisma de Don Juan, en la misma línea de buscar  otros  a quienes echar la culpa de lo nuestro, es hábil y hasta podría arrancarnos --a primera vista-- un  “¡pues tiene razón!”.

Pero la realidad es que está cometiendo un error de principio’  que vicia cualquier posterior conclusión:  el de partir de una premisa (que, en cuanto tal, se da por sentada e irrefutable) que luego resulta ser  lo mismo  que se quería probar:  en nuestro caso, el que  es ‘el Cielo’ quien debe estar a nuestro retortero,  a nuestras órdenes, a toque de corneta nuestro, y no al revés; cuando es más cierto que querer ser el dictador, el dueño y señor del ‘Cielo’ (como si  a la fuerza tuviese siempre que  atender cuanto le reclamemos), es tanto como querer uno  ‘hacerse como Dios.  Y ya sabemos que esto último es una  memez  pretenderlo, porque  es un  imposible metafísico.

Lejos de esto, el evangelio de San Mateo (25, 14-30) nos refiere una parábola la de los talentos (o monedas; para entendernos)  que un señor entrega  disparmente  entre tres de sus empleados: a uno le da solamente  uno, a otro le confía  dos, y al tercero le presta hasta  diez, para que todos ellos les saquen el mayor rendimiento posible…

Y ¿qué sucede?  Pues que el que recibió  diez, complacido por el montante del encargo, se afana y consigue otros diez; el segundo, aunque ya a regañadientes y renqueando, también logra otros  dos; pero el primero, a quien sólo se le entregó uno, desanimado por la  escasez  del encargo, optó por guardarlo simplemente y sestear, pensando que por mucho que se esforzase… ¡para lo poco que, aun así, podría conseguir!... ¡lo mismo daba trabajar que no:  poco se iba a notar!

Y ¿qué pasó?  Pues que fue  este último  el que se llevó  la bronca  cuando hubieron de rendir cuentas los tres. Pero ¿por qué, ¡pobrecillo!, si, efectivamente, al dueño le iba a dar igual tener un simple y mísero talento (o moneda) de más, que quedarse como estaba?

Pues --y es interpretación personal que no solemos oír-- porque hay que sacar provecho  de lo que  se nos da,  aunque  haya sido  muy pocoPorque  lo que  se nos pide  es  que,  con lo que tengamos,  y aunque sea tan  escaso  que con eso no vayamos a salir de pobres mientras otros, quizá más lerdos y villanos pero con muchos más medios a su alcance, escalan la fama…; con lo que tengamos --repito-- procuremos  aportar  al acervo común  lo más y lo mejor posible de  nosotros mismos…

Y ¡no por obtener esto o lo otro, o conseguir prebendas o halagos públicos!;  sino simple y llanamente porque  eso es  lo que  corresponde  a nuestra condición ontológica de  ser y  formar  parte de un  todo… al que debemos nuestra  solidaridad,  apoyo  y compromiso,… como único medio de ‘encontrarnos con nosotros mismos’ y caminar hacia alcanzar nuestra ‘plenitud existencial’ (imposible de lograr si ‘vamos por libre’, desentendidos y ajenos al  conjunto  al que, querámoslo o no,  pertenecemos  como creaturas humanas que somos).

De modo que no se trata de lindezas, sino de encararnos a la cruda realidad:  ¿queremos realmente ser  humanos? ¿o preferimos seguir siendo  bestias  de la selva, haciendo cada uno la guerra por su cuenta?


(publicado también en  http://peso-press.blogspot.com)

Etiquetas:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio