sábado, 10 de enero de 2015

El juez Castro logra reinar por un día con su confundir el delito fiscal con el de estafa y con su olvidar la obligada congruencia que rige toda judicatura y que prohíbe tajantemente en el Derecho Penal las alegres y extensivas analogías como que Hacienda somos todos






Vaya por delante --para evitar  malentendidos-- que lo que sigue se expresa en ‘el derecho’, y también en ‘el deber’ --de ejercicio profesional--,  de ‘informar’ de hechos que, por ser públicos y de general interés, están lícitamente sujetos a crítica; y de ‘criticar’ incluso acerbamente, con ánimo de ‘corregir’ desvaríos presentes y futuros; y de ‘consejo’, al apuntar los yerros que  convendría evitar ahora y siempre; y de cita y ‘narración’ de lo que es ya del dominio general; y de ‘jocosa’ caricatura con el propósito  didáctico de captar atención para que cale y cunda lo expuesto; e incluso de justa ‘defensa’ de terceros insistente e impropiamente denigrados. Siendo, en efecto, doctrina pacífica que las decisiones judiciales pueden y aun deben ser discrepadas cuando haya razones y circunstancias que lo propicien.

Y todo esto es lo que nos sugiere el caso llamativo de un juez isleño que se ha topado con la sin igual  oportunidad  de ser ‘reina por un día’: conforme rezaba el título de aquel pretérito programa de la televisión española, remedado en otras muchas y en tiempos diversos, que pasaba por lograr hacer realidad los  ‘sueños’ de personas o personillas cuya existencia, hasta la fecha, no había sido precisamente muy halagüeña… (Adjuntamos alguna imagen que nos recuerde aquello).

Como le ha sucedido --parece-- al magistrado (no procedente ‘de carrera’, por cierto) que, de la noche a la mañana, y por caprichos del azar, se ha visto bajo los focos y ante esas ‘candilejas’ que inmortalizó Chaplin en legendaria película…

Y así, deslumbrado por tal focalización, se nos antoja que el juez Castro ha ido durante años hilvanando una ‘instrucción’ del llamado ‘caso Nóos’ con más inspiración en la prensa amarilla (sensacionalista) que en la ciencia jurídica sensu stricto.

Así, por ejemplo, siempre nos ha pasmado el sorprendente e inesperado acogimiento que ha venido haciendo de, verbigracia, intromisiones en la intimidad de las personas mediante la publicidad dada a correos privados que maliciosamente presentaba, en lo que podríamos llegar a llamar --para entendernos-- ‘fraude procesal’, el aparente principal culpable y muñidor de todos y cada uno de los detalles de ‘la trama’,  en demasiado obvio intento de obnubilar la --por otra parte-- ya de por sí --parecía-- poco aclarada mente del instructor…

Porque hasta para el más abstruso cateto (cuando no hipotenusa; ja,ja) que imaginarse uno pueda, sería cristalino que un jugador de balonmano, por mucho infantazgo que alcanzase, iba a ser ‘blanda cera y dulce miel’ (por recordar versos de Gabriel y Galán)  en las manos de cualquier embaucador que, en cuanto tal, debería ser tenido por el único y universal auténtico culpable de cualesquiera ‘trama’. El atleta así seducido debería tomarse por la primera y principal ‘víctima’ del embaucador, en vez de por su socio creativo…

Y tan obvio aparece esto, que ni aun a magistrado hambriento de focalidad debería habérsele despintado esta apreciación.

¡No digamos cómo habría de haberse aplicado razonamiento equivalente a la esposa que, por su rango, está entonces especialmente ‘mediatizada’ en el sentido de ¡en nada! intervenir: pues que cualquier intervención suya, por infinitesimal que fuese, podría ser interpretada por los demás como una impertinente injerencia en el entorno… De modo tal que todo infantazgo, por el mero hecho de serlo, impele a la abstención y desentendimiento más rotundo y drástico de todo lo que no es de su exclusiva y más inmediata incumbencia; siendo, pues, especialmente ridículo --incluso en un niño algo ‘espabilado’ como para percibir intuitivamente las realidades psicológicas (sin necesidad de ser eminencia alguna en psicología)-- ver culpa en persona que por su alcurnia justamente con desentenderse radicalmente está sólo demostrando extremada prudencia y respeto hacia su entorno más próximo.

Ni siquiera se nos alcanza que por ser ‘reina por un día’ alguien pueda ignorar esta apabullante realidad. Negarla sólo vendría a demostrar obcecación rayana en obsesión un punto demencial; además, claro está, de la más supina ignorancia de la psique humana (ignorancia nada recomendable en cualquier magistratura que, siquiera fuese por encomiable pundonor, debería tomarse la molestia de cursar alguna clasecilla sobre la materia). Un juez nunca puede ser un mero autómata descerebrado de carrillón, hambriento de repartir los clásicos estacazos de guiñol; sino un humano regido por impartir la Justicia (con mayúscula) que se nutre de la ley tanto como de su ecuánime epiqueya.

Pero todo lo hasta aquí dicho es apenas ¡nada…! comparado con los dos deslices más sonados que el juez Castro padece con --a nuestro buen saber y entender; que no excluye posible aunque poco probable error--  ingenua --diríamos casi que infantil-- inconsciencia: confundir drásticamente el delito fiscal con el de estafa; y olvidar que un juez nunca puede traspasar los lindes de la exigida ‘congruencia’, es decir, siempre y sólo ha de atenerse a lo que demande el Ministerio Fiscal o el legítimo ‘ofendido’, y no lo que al propio juzgador se le pueda ir ocurriendo…

Porque el argumento de que ‘Hacienda somos todos’, para deducir inmediatamente que defraudar al fisco es estafar al primer y cualquier currito que por delante nos pase… es, como decimos, no ser capaz de discernir entre dos delitos perfectamente tipificados en el Código Penal como muy diferentes, y cuyas distintas y más que distantes víctimas son quienes tienen que recabar --cada cual en su exclusivo terreno de ‘ofendidos’-- la corrección penal oportuna.

La estafa requiere la querella del propio estafado, y no del transeúnte que ‘pasaba por allí…’; del mismo modo que la Hacienda Pública ha de ser quien diga si ha sido defraudada o no.

Pero ni la Hacienda tiene vela en el entierro de una comunidad de propietarios --pongamos-- que es engañada por su administrador embarcándola en gastos rotundamente indebidos (estafa); ni esa tal comunidad podría erigirse en Hacienda Pública y liarse a ‘recaudar’ los tributos que le venga en gana, a quien le venga en gana, y como le venga en gana.

Por eso, la nominada como doctrina Botín que simplemente el Tribunal Supremo reconoció existir como inevitable consecuencia de los principios generales del Derecho en el ámbito Penal --donde no cabe ni por asomo la ‘analogía’, pues que la restricción de libertades (sensu lato) a los ciudadanos sólo puede ser impuesta por motivos rígidamente tasados (en respeto a la imprescindible seguridad jurídica’)--, no es una mera opinión que para hacer fe ha de repetirse (y adquirir así valor de jurisprudencia que acatar), sino que es necesidad jurídica por sí misma: si el supuesto ofendido (el fisco) declara no serlo, la congruencia en la judicatura exige atenerse a esta declaración, sin posibilidad alguna de transgredirla.

Hacerse el ignorante de este realidad jurídica un juez, que para serlo ha tenido la estricta obligación de aprenderla, raya notoriamente --a nuestro entender-- en la prevaricación más que en lo meramente opinable. De tal modo que más propio, quizá, habría sido que el auto del Sr. Castro no hubiese merecido un ‘recurso’ sino una querella: por confundir lo inconfundible, y olvidar lo inolvidable. Querella que, además, recogería así, por cierto, y de algún modo, el velado reto que lanzó el citado señor ante el informe del Fiscal: el cual, por prudencia, no fue quien habló de prevaricación, sino que el propio juez fue quien la mencionó. (Y ya se sabe que “el que se pica, ajos come”).

En cuanto que “Hacienda somos todos” es una broma que, de aducirse en serio, frisaría el “fraude procesal” por la rotunda falsedad demagógica que encierra.

Para que el eslogan comenzase a ser algo cierto, primero la Agencia Tributaria tendría que dejar de ser Organismo Autónomo ‘comisionista’ con el 5% de lo que ‘dice’ que ‘va’ a recaudar, y que la convierte --por evidente ‘comodidad’-- en especialmente ‘opresora’ de los humildes mientras con los potentados ‘compadrea’ a todo los niveles. No es ‘Hacienda’ el carpintero que paga a ella ¡por haber trabajado!, mientras el diputado cobra de ella ¡por haber embaucado! con habilidad electoral…

En fin: para terminar, elevamos nuestra esperanza que no nos vaya a aplicar alguien a nosotros --por haber dicho lo aquí dicho-- la misma vara de medir que aplican los yihadistas a quienes les critican o ironizan su radicalismo  (que se lían a tiros --como en París-- hasta con los simples bromistas)…, y algún juez nos vaya a imputar por algo que tampoco hemos hecho…

Esperemos que siempre reine la cordura, en vez del… ‘reinar por un día’

Prof. Dr. Fernando Enebral Casares



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